En el casino de la dependencia estatal y paraestatal un nuevo triunfo electoral del gobierno provincial pagaba casi nada. Como en los tiempos del reinado del Tata Juárez, sólo había que esperar los porcentajes del escrutinio provisorio. El dueño de la billetera oficial ya había movido las fichas correspondientes: intervino en las primarias para colocar un candidato opositor simpático a su reinado; dejó participar a un enemigo íntimo que estaba proscripto y maniató a otros para que siguieran jugando el papel de partenaire. Es decir, esta elección es, ni más ni menos, una remake de viejas películas que ya vimos demasiadas veces en esta tierra.
Cualquier observador neutral que mirara las estadísticas de pobreza, indigencia, mortalidad infantil y materna, desarrollo humano, viviendas saludables, cuidado y preservación del medio ambiente, salud y educación públicas, salarios públicos, inversiones privadas, etc. Se sorprendería que seis de cada diez santiagueños ratificara como gobernador al artífice de estos números totalmente desalentadores. Más aún si se toma en cuenta la sujeción de casi la totalidad del Poder Judicial a las directivas del Poder Ejecutivo y el papel de levantamanos de todos los legisladores oficialistas. A toda esta telaraña de poder, hay que sumarle la violencia institucional desatada durante los casi dos años de pandemia que estamos atravesando y que ha causado la muerte en circunstancias absolutamente oscuras de un número grande de jóvenes, y la total falta de respuestas de su gobierno a las marchas de las Madres del Dolor de Sgo. Del Estero.
Durante sus apariciones en la campaña electoral, Zamora prometió iniciar en Santiago una exponencial etapa de crecimiento. Expresó que están dadas las condiciones para ello, sin reparar –obviamente- que han pasado casi diecisiete años de mandato matrimonial. Está tan convencido de sus mentiras que se zambulle en ellas permanentemente y habla como si el tiempo no contara para sus gobernados desde marzo de 2005. Gesticula sobre la unidad provincial y su afán de colocar a Santiago por encima de cualquier otro interés adicional; amaga con una convocatoria a las distintas corrientes de pensamiento local para armonizar las mejores ideas, pero siempre detrás de su omnipresente figura. Simula no tomar nota del alto rechazo que tiene en grandes sectores de la sociedad santiagueña por su ambición desmedida de poder. He podido sentir en sus expresiones de esta noche un olor a final, a último capítulo de una historia demasiado extensa para cualquier pueblo moderno.
Ojalá reflexione y deje de lado el despilfarro de sus cuatro mandatos anteriores, y priorice las principales ausencias de nuestra población más vulnerable. Sinceramente, no le creo nada, pero quisiera equivocarme en función del beneficio que esto podría suponer para casi medio millón de santiagueños y santiagueñas. Para comenzar a frenar el éxodo de nuestros mejores hijos, generando fuentes de trabajo genuino con salarios acordes al costo de vida actual y no anunciar bonos electorales de tanto en tanto para aparecer como el bueno de la historia. Ojalá, aunque pienso que este nuevo período que va a comenzar en menos de un mes, es un tiempo que debiera ser gestionado por una coalición de gobierno que siembre una nueva cultura política. Una nueva praxis que requiere el compromiso y la participación de todos los sectores políticos, sociales y culturales de esta tierra sedienta de vientos nuevos y creativos. Ojalá podamos hacerlo.
Noviembre 2021
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