Por Carlos Pagni para La Nación
Exigencias purificadoras de una opinión pública saturada por la corrupción. Ajuste económico que se vuelve más intolerable ante la desviación de los impuestos. Combate internacional contra el terrorismo que obliga a reforzar el control de fondos negros. Chispazos del incendio brasileño. Estos factores de mediano y largo plazo explican el desmoronamiento del inframundo kirchnerista.
Pero el bosque no debe tapar el árbol. Otra vez la historia está demostrando que un gran proceso colectivo puede desencadenarse por la irrupción de un drama individual. Leonardo Fariña cayó preso hace dos años por evasión impositiva, un delito que no suele castigarse con la cárcel.
Desde entonces no ve a su hijo porque no quiere que el pequeño lo vea tras las rejas. Su padre, que padece de enfisema pulmonar, no puede visitarlo más que una vez al mes. Desde fines de 2014, Fariña envió varios mensajes a los funcionarios kirchneristas para conseguir la libertad. Supone que el Tribunal Federal Nº 1 de La Plata lo confinó como represalia por haber «roto los códigos» en su entrevista con Jorge Lanata.
Sobre ese juzgado influye Julián Álvarez, el ex secretario de Justicia y dirigente de La Cámpora. Despechado, en febrero del año pasado Fariña comenzó a escribir, con microscópica letra de imprenta, una larga confesión. Le sobraban el tiempo y la memoria. Enumeró matrículas de aviones, estancias, cuentas bancarias, sociedades comerciales y, sobre todo, un extenso entramado de funcionarios, socios, testaferros, financistas, contadores y escribanos. No olvidó ni a las amantes. Cubrió 85 páginas y, cuando cambió el gobierno, decidió hablar. Sobre todo por venganza. Esas 85 hojas manuscritas pueden ser el explosivo que derrumbe la monumental arquitectura de poder que, hasta hace apenas cuatro meses, controló Cristina Kirchner. Nada nuevo. En 1983, por ejemplo, el siciliano Tommaso Buscetta, después que querer suicidarse y no lograrlo, se declaró «pentito». Buscetta guió a los jueces Falcone y Borsellino en un proceso que, al cabo de 10 años, llevó a la cárcel a más de 350 jefes de la mafia. Como Buscetta, Fariña rompió el pacto de silencio.
Al juez Sebastián Casanello y al fiscal Guillermo Marijuan se les cayó la mandíbula. Durante doce horas escucharon cómo el excéntrico «Leo» describía los sistemas que ideó Néstor Kirchner para amasar una fortuna con recursos del Estado. Fariña citó a Lázaro Báez para explicar que «Néstor puso a Graciela Ocaña en el PAMI y a Sergio Acevedo en la SIDE para dar a entender que no se robaría más». Pero la «caja» pasó, bajo la rectoría de Julio De Vido, al Ministerio de Planificación. Allí De Vido impuso un régimen de adelantos financieros que se convertirían en el primer retorno que debían ofrendar los adjudicatarios de las obras. El fraude, declaró, sólo era posible con abultados sobreprecios. Fariña se cansó de dar nombres. Mencionó a los subordinados de De Vido, desde José López, de Obras Públicas, hasta Ricardo Jaime, de Transporte. Pero también a empresarios como el presidente de la Cámara Argentina de la Construcción, Carlos Wagner, quien fue el primer empleador que tuvo De Vido cuando llegó a Santa Cruz como joven arquitecto. De Vido, investigado por enriquecimiento ilícito, se ha convertido en, para decirlo con una metáfora del oficio, una rotonda gigantesca: conduce al negocio de la obra pública; al de la importación de gas; a la compra de material ferroviario, y a la tragedia de Once. Marijuan lo imputó. Ya no alcanzarán, quizás, los buenos oficios de Alfredo Lijo, el hermano del juez Ariel Lijo, para protegerlo en la justicia federal.
Según Fariña, los trabajos se adjudicaban a dedo. Pero aparecían desfases financieros por los adelantos que había que devolver. Para resolverlos se habría creado un fideicomiso en el Banco Nación, bajo la mirada de Juan Carlos Fábrega. «Muchas veces se contabilizaban fondos por obras que ni siquiera habían sido licitadas», explicó el arrepentido. En el centro de esa urdimbre estaba Báez con Austral Construcciones, quien solía ganar los concursos asociado a Ángelo Calcaterra, el primo hermano de Mauricio Macri, titular de Iecsa, la empresa fundada por Franco Macri.
Esa forma de capturar recursos públicos estalló en Chaco. Por eso el juez allanó el sábado Sucesión de Adelmo Biancalani, que tiene como accionista al ex senador kirchnerista Fabio Biancalani. Según Fariña, la empresa es de Báez. El inconveniente es que no realizó los trabajos que se le adjudicaron. Las andanzas litoraleñas de Báez terminaron, de acuerdo con el arrepentido, en la compra a precio vil de un avión de la aerolínea estatal Aero Chaco. Jorge Capitanich nunca denunció estas defraudaciones a sus comprovincianos. Al contrario: es de los pocos peronistas que condenaron al logorreico «Leo». Los rivales de Capitanich dicen que en estas horas debe estar rompiendo documentos con la misma resolución con la que supo romper diarios.
Fariña explicó ante Casanello y Marijuan la segunda fase del sistema montado por Kirchner a través de Báez: el lavado de los fondos acumulados en la obra pública. Si en la primera parte de su relato se basó en lo que escuchó a Báez, ahora demostró tener más protagonismo. Fariña contó que, al principio, la fortuna de Kirchner y Báez fue canalizada por Ernesto Clarens, a través de Invernes, a la que decodificó como Inversiones Néstor. Y proporcionó un dato clave: el vicepresidente de Invernes era César Andrés, el contador de Báez. Igual que el escribano de Báez, Leandro Albornoz, es el de Cristina Kirchner. Cuando lo allanaron, Albornoz declaró que estaba preocupado. No hacía falta.
Como la acumulación en bóvedas arruinaba los billetes, Fariña multiplicó las transferencias financieras. Mencionó a Provalor, de los Rabinovich, que fue allanada anteanoche. Y dio precisiones sobre una «cueva» que, según dijo, administraban el secretario preferido de Néstor Kirchner, Rudy Ulloa, con el barrabrava Marcelo Mallo, de Hinchadas Unidas Argentinas. Pero entre Ulloa y Báez hubo problemas. Fariña contó que Ulloa y Mallo se pusieron a especular con granos, como si fueran Buffett y Soros. Y perdieron los «ahorros» de Lázaro. También mencionó por lo menos dos cuentas del banco suizo Lombard Odier, a las que Báez giraba fondos: Andrómeda y Messier 51. Son nombres de galaxias.
El arrepentido informó que, según le contó Báez, la embajada de EE.UU. informó a la señora de Kirchner que Báez estaba lavando montañas de dinero. Despejar la duda podría mejorar la comprensión de la política exterior del kirchnerismo. La charla con Báez habría sido en noviembre de 2010. Semanas más tarde, ella pactó con Irán. Y envió a Héctor Timerman a incautar la carga de un avión militar norteamericano. Pero ¿habrá sido esa embajada la que avisó a la ex presidenta sobre las andanzas de quien sería su testaferro? ¿O ella utilizó ante Báez esa fuente como coartada?
Cristina Kirchner se enfureció con Báez en una reunión secreta. Báez negó las acusaciones. Meses después, alguien informó a la entonces presidenta, con muchas precisiones, que Báez había mentido. A partir de allí la relación entre ella y su presunto testaferro se enfrió. Báez comenzó a perder licitaciones. Al perspicaz Marijuan, dicen en su fiscalía, le quedó la impresión de que quien alertó a la Casa Rosada fue Fariña. Él no lo reveló.
Fariña dio también la versión de Lázaro sobre esa ruptura. Fallecido Kirchner, la viuda y Máximo le habrían exigido todo el dinero acumulado. Pero él se negó a dárselo. «Lázaro cree que fue socio de Néstor, no un testaferro», explicó el arrepentido. Y refirió un caso similar: durante un veraneo en Punta del Este con su entonces novia Karina Jelinek, Sebastián Eskenazi le confesó, dolorido, que también estaba siendo presionado por Cristina y Máximo Kirchner para que entregara toda su participación en YPF. Eskenazi, ¿el Báez del petróleo?
Casanello y Marijuan escucharon un ejemplo de Fariña para fortalecer la versión de Báez: «Nosotros le llevábamos negocios a Néstor. Una vez le ofrecimos quedarse con la mitad de Telecom. Él nos contestó: «Si hubieran llegado hace una semana, lo hacíamos. Pero ya cerré con los Werthein»». Fariña niega haberse quedado con dinero de Báez. La relación se rompió, según él, porque el contador Daniel Pérez Gadín, ansioso por monopolizar el negocio financiero, comenzó a malquistarlo con Báez con acusaciones en su contra. Agregó que Pérez Gadín y su otro yo, el abogado Jorge Chueco, eran cada vez más hostiles. La mención de Chueco es interesante: puede llevar a Carlos Zannini y, desde allí, a la OEA.
Fariña completó la descripción del entorno de Báez refiriéndose a su esposa, Norma, tan celosa que ni siquiera permitía a su marido mirar «Bailando por un sueño». Explicó que en la vida de Báez hay otra Norma, una cincuentona de infalible bronceado caribeño que asistía al constructor en sus oficinas de la calle Carabelas: la secretaria.
Ese microcosmos está en descomposición. La fisura se inauguró en marzo cuando los abogados Nicolás Guzmán y Gabriel Gandolfo, coordinados por un cerebro oculto, renunciaron a la defensa de Báez. Tal vez los reemplace Fernando Burlando, gracias a su amistad con Miguel Pires. Este representante de jugadores guarda los secretos de los negocios futbolísticos de Báez y Máximo Kirchner. O debería guardarlos. La indiscreción comienza a ser un riesgo. A propósito: ¿cuántos colaboradores de Fariña conservaron documentación para protegerse?
Más allá de la crónica policial, todavía es imposible determinar las derivaciones de la catarsis del financista de Báez. Tal vez perfeccione el sistema de protección de testigos. El caso de Fariña es paradójico: una vez que se declaró «arrepentido», sus condiciones carcelarias empeoraron. El tribunal platense lo redujo a una celda hospitalaria de cuatro metros cuadrados.
Otra posibilidad es que la hiperactividad de Casanello y Marijuan alivie, al menos por un tiempo, la presión sobre el fuero federal. Y establezca una implacable simetría: mientras recibía a Fariña, Casanello allanó una aseguradora contratada por el Ministerio de Transporte, que tendría vinculaciones con los Macri. Varios jueces festejan que a «Leo» se le soltara la lengua. Algunos apuestan a que Marijuan sea promovido a la Procuración General. Por ahora son sólo fantasías: de retirarse Alejandra Gils Carbó, el sucesor más probable es Alberto García Lema.
El escándalo desatado por Fariña modifica también la organización de la política. Termina con la periodización que postularon los kirchneristas que se enemistaron con la ex presidenta, con Alberto Fernández a la cabeza: hubo una edad de oro nestoriana, que se degradó cuando el legado pasó a ser administrado por la viuda.
Esa presentación terminó de malograrse. Báez está construyendo un segundo mausoleo para Néstor. El primero guarda sus restos materiales. El segundo, montado sobre expedientes judiciales, encierra el mito. Q.e.p.d.