Pasaron tres meses desde el último paro nacional. En junio, la escalada del dólar -que recién en la última semana pareció dejar atrás la taquicardia- mostraba el perfil de una crisis que se fue agravando. Los jefes sindicales, entonces con internas en aumento, transitan ahora un camino de virtual fractura. Parece claro que el Gobierno y la CGT están frente al cuadro más delicado desde el inicio de la gestión macrista: el paro del martes próximo expone así una foto ampliada de los factores que tensan la misma cuerda.
La nueva medida de fuerza, la cuarta desde que asumió Mauricio Macri, exhibe además otros elementos que marcan el clima gremial y político. Las organizaciones sindicales están entrando a un terreno de paritarias en continuado. Las conversaciones del Gobierno con la CGT están suspendidas, más allá de algún amague que expresó otra arista del reacomodamiento ministerial. Y las disputas y realineamientos cegetistas impactan de forma más abierta en el peronismo o, más precisamente, suman lo suyo a la división de aguas entre PJ federal y kirchnerismo.
La señal del Gobierno, a diferencia de lo ocurrido en junio, fue de mayor cautela, desmontada rápidamente la idea de articular un diálogo público que tenía todo para ser improductivo. El ensayo montado en la antesala del paro anterior dejó heridas: aquella vez fracasó la oferta de mejorar el piso salarial como paso previo a la revisión de paritarias y tampoco sirvió de mucho mostrar predisposición a atender reclamos vinculados a las obras sociales, un clásico en este tipo de tratativas.
Hasta anoche, en las filas del oficialismo elegían hacer silencio. Y decían preferir que pase el paro antes de mover alguna ficha. Se verá, aunque nunca están clausuradas totalmente las líneas de diálogo: se hablaba de algún tipo de planteo sobre paritarias y empleo. Dicen que los representantes de la CGT no suelen apagar sus celulares, aunque dejaron trascender malestar por las idas y vueltas sobre una cita que nunca quedó en claro si sería pública o reservada, y finalmente no fue realizada.
En rigor, fuentes del Gobierno admiten que terminaron siendo un paso en falso las declaraciones del ministro Dante Sica acerca de un posible encuentro con dirigentes de la CGT. En el rearmado ministerial de Macri, el jefe de Producción absorbió Trabajo, área que ya como secretaría sigue al mando de Jorge Triaca. Hubo contactos desde allí, pero finalmente fue privilegiada la decisión de posponer toda mesa hasta después del paro. Un costo, en realidad, aunque menor frente a la perspectiva de un «desaire» a pocos días de la medida de fuerza.
Por supuesto, desde la conducción cegetista apuntaron a la falta de propuestas o alternativas concretas frente al complejo y delicado cuadro económico. A esa escasa perspectiva de entendimiento se sumaba de hecho la carencia de margen de la CGT frente a la escalada de Hugo Moyano y sus socios, dentro y fuera de la central sindical.
La imagen dejada esta semana por sindicalismo fue una postal de la interna. La CGT concretó el paso formal de ratificación de la huelga –lo impone su código orgánico- que ya había sido convocada por el triunvirato Daer-Schmid-Acuña, con acompañamiento de los jefes sindicales que sostienen esa conducción. En simultáneo, Hugo Moyano exhibía su Frente Sindical por el Modelo Nacional, decidido a que el paro sea en realidad por 36 horas y arranque el lunes.
El triunvirato que encabeza la CGT debió ser ratificado hace poco más de un mes, en medio de la agudización del conflicto planteado por Moyano y sus nuevos socios. La convergencia es conocida: gordos de grandes gremios como sanidad y comercio, independientes de tradición dialoguista, entre ellos estatales de UPCN, aguas y construcción, y algunos autónomos, como colectiveros. Con esfuerzo, lograron mantener en este tablero la pieza de los metalúrgicos.
Moyano expone un conjunto más heterogéneo. En su convergencia anota gremios duros que antes no consideraba, en especial la franja encabezada por el bancario Sergio Palazzo, y también –alianza más reciente- el sindicato de mecánicos. Además, juega con las dos CTA y, sin abandonar recelos, con movimientos sociales. En la misma línea, y con ayuda de referentes de esos sectores, afirma la relación con la Iglesia.
El mayor giro expuesto por Moyano está condimentado por dos ingredientes asociados: la radicalización frente al gobierno de Macri y la reconciliación con Cristina Fernández de Kirchner, después de años de fuertes y en muchas veces hirientes cruces. Los puentes fueron tendidos desde el terreno sindical con especial participación de Ricardo Pignanelli, del Smata, y Omar Plaini, de canillitas. También jugaron en otra línea Pablo Moyano y referentes de La Cámpora.
El endurecimiento discursivo y su renovada cercanía con la ex presidente, táctica según suele explicarse, potencian la imagen ineludible de una convergencia que intentaría fortalecer posiciones frente a sus complicadas causas judiciales. Y esto, a su vez, termina impactando en el peronismo.
No se trata sólo de las declaraciones más o menos previsibles de rechazo al FMI, en coincidencia con el acuerdo que busca cerrar en las próximas horas el Gobierno, sino especialmente de la decisión de meter presión sobre el Congreso, que acaba de iniciar el trámite del Presupuesto. El moyanismo acompaña y piensa ser activo en la ofensiva que busca armar el kirchnerismo en Diputados.
En esa línea, la mira también está puesta sobre los gobernadores del PJ que expresan disposición a allanarle el camino al proyecto de Presupuesto. Termina de fisurarse así el sindicalismo también en su relación con el peronismo. El conglomerado que sostiene a la conducción de la CGT se inclina, en cambio, por el PJ que responde a los jefes provinciales.
Eso, en la política y en la perspectiva electoral. En los gremios, en cambio, las cuestiones prácticas son otras y los tiempos, más cortos. Lo que viene es una rediscusión de paritarias, lejos de los acuerdos de alrededor de 20%. Con cláusulas de revisión, en la mayoría de los casos, o sin ellas está claro que el horizonte de 40% o más de inflación anual altera todos los planes, aún considerando la necesidad de atender las complicaciones para sostener los niveles de empleo, siempre de gravitación en tiempos de crisis.
Se verá después del paro, incluso en relación con ese último punto, qué puede ofrecer el Gobierno para tender otra vez la mesa de conversaciones. Mantener más o menos serenas estas aguas es a su vez prioridad para el oficialismo, en la perspectiva de tiempos sociales difíciles. En la misma línea apuntan los contactos permanentes con los movimientos piqueteros, a cargo de Carolina Stanley. Eso, aún en el caso de que el Presupuesto y el FMI terminen saldando centralmente el frente económico y político.
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