En el submundo del hampa los llaman «Los invisibles». Sus caras, sus nombres y sus historias casi no aparecen en las páginas policiales. Ni siquiera en los expedientes. Como si fuera sombras o enigmas que nadie es capaz de resolver. O delatar. Pero sin ellos, los entregadores, no podrían cometerse grandes robos o crímenes a sangre fría.
En los robos a bancos suele sospecharse de un empleado infiel. La entrega se da también cuando una persona debe cobrar una importante suma de dinero en un banco. En ese caso, es apuntada por una persona y seguida por motochorros.
«Cuando yo tenía una banda, estábamos a la espera de nuevos robos. Todo dato nos servía. Un millonario que se iba de vacaciones y dejaba la casa sola, una local con la alarma y las cámaras sin funcionar, la recaudación de un lugar. Todo servía, pero no siempre salía bien», dice a Infobae Leonardo Mercado, uno de los líderes de La banda de millón, que robaban bancos y blindados.
Se hicieron famosos cuando grabaron un video casero con máscaras de monstruos y disfrazados de policías en los que acusaban a la Bonaerense de encargarles robos y liberarles la zona.
Un crimen que quedó impune, cometido el 2 de enero de 2006, es el de Luis Emilio Mitre, que había sido accionista minoritario de La Nación. Siempre se sospechó que había actuado un entregador, pero nunca se encontró al asesino. La víctima fue estrangulada y maniatada.
«El entregador es muy difícil de atrapar porque se mueven de forma clandestina. Escuchan al pasar que una persona vendió un auto, o la casa o cobró una indemnización, y pasan el dato. Muchas veces son del entorno de la víctima. A veces, el enemigo está en casa», dice un comisario retirado que trabajó en Robos y Hurtos de la Policía Federal.
Hay entregadores que trabajan al mejor postor. Le ponen precio fijo a los datos o cobran porcentaje. A veces les venden el mismo dato a dos bandas diferentes. Y reza para que no se crucen.
«Al entregador se le da desde un 20 al 30%. Algunos piden más, pero es una locura porque ellos no ponen el cuerpo. ¿Y si sale mal? Son los gajes del oficio. Hay datos seguros y otros no tanto», dice Mercado.
En su libro de próxima aparición, al que Infobae tuvo acceso, Luis «El Gordo» Valor lo cuenta así:
«Me encontré con mis camaradas. Esperamos un rato y en un momento apareció el blindado, dejó el dinero en el lugar indicado, todo estaba hermético, no había colada. Los tres policías se encontraban apostados muy atentos. Estaba el comedor y un sector con alambre muy amplio que vigilaban los policías. Una cuadra antes de la fábrica se encontraban los coches estacionados sobre un baldío de la ruta, cerca de una gomería. Les comenté a mis compañeros que teníamos que cruzar las bolsas rápido y correr por la quinta, llegar casi al fondo, hacia el gran árbol y una pared muy alta. Pero el árbol sobrepasaba la pared y el lugar donde se encontraban los tres policías. Jamás estos muchachos pensaron que cinco hombres muy armados les aparecerían desde arriba apuntándoles con Itakas y pistolas. El pánico llegó a ellos. Nos tiramos encima desde cuatro metros de altura. Fue toda una sorpresa: eso era lo principal para tener éxito. Que nadie nos esperaba. Así pudimos reducir a los tres policías. Luego nos apoderamos de sus ropas, eran para el próximo trabajo. Necesitábamos si o si esos uniformes».
«Mientras los teníamos apretados, otro grupo pasó rápido para el fondo a buscar el dinero que habían dejado los del blindado. Redujeron al personal de adentro y sacaron toda la plata que había en la tesorería. Salimos rápido del lugar. Pusimos los bolsos de plata en retirada. Los cinco trotamos por la calle interna en fila india, apretamos en el camino a todos los mulos que había en el interior, llegamos a la última garita, la de la entrada. Era una forma de robar que inaugurábamos nosotros. Rajamos a toda velocidad. Nos llevamos mucha plata, 1500 sobres. Dejamos sin un cobre a todos los trabajadores. Eso nos tenía mal. Bueno, no era que le robamos a los laburantes, sino a la patronal. Igual me molesta que esto dejara sin comer a la gente. Pero no podíamos hacer nada. Después de contar la plata repartimos el dinero entre los que trabajamos. Dejamos algo para pagar a un abogado. Y también separamos la parte que correspondía a los chabones que nos habían entregado el dato para robar el lugar. Porque muchas veces estos robos eran con entrega. Sin eso no podíamos cometerlos».
Rubén Alberto de la Torre fue miembro de la superbanda y de la banda que robó el Banco Río de Acassuso, cuando el 13 de enero de 2006 huyeron con más de 15 millones.
«Ese robo no fue por un entregador, pero es cierto que hay blindados que los entrega el propio chofer o bancos que son entregados por alguien de adentro. Eso es una fija. Por eso siempre los de adentro son los principales sospechosos», dice.
En algunos casos, el robo termina en muerte. La banda entra en busca del dinero y en la casa hay gente. «Lo mejor, en ese caso, es tomarse el palo. Pero hay salvajes inhumanos que se quedan a pegarle a la gente por bronca», afirma De la Torre, que asegura haberse retirado del delito.
Un caso similar ocurrió hace unos 10 años, cuando un dúo de delincuentes fue en busca de un dato entregado: un hombre iba a salir de su casa de Avellaneda con un maletín lleno de dinero.
Uno de los ladrones se le abalanza y ve que en el maletín sólo había papeles. El delincuente más joven, lleno de ira, le dispara a quemarropa y lo mata.
-¡Qué háces, hijo de puta! –le recriminó su cómplice.
El ladrón lo miró, hizo una pausa y le respondió:
–Es que algo tenía que llevarme.
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