El agotamiento de la cuarentena parece haber repuesto definitivamente los días de vértigo político. Hizo mucho ruido la tremenda andanada de Hebe de Bonafini contra Alberto Fernández por su foto del 9 de Julio junto a representantes del empresariado, postal incompleta que sugeriría algún tipo de acuerdo para enfrentar la crisis profundizada por la cuarentena. Menos sonora pero sin dudas más grave resultó el gesto previo de Cristina Fernández de Kirchner, que celebró y recomendó como guía una nota periodística de fuerte descalificación al esquema de acuerdo con empresarios –y con la CGT- que buscaría el Presidente para la pospandemia. Todo, más otro agregado con sello kirchnerista: la idea de que el capítulo Vicentin no está cerrado definitivamente, a pesar de los dichos sobre el error de esperar festejos.
Lo que ocurrió en estos últimos días es realmente llamativo. La jugada del nuevo giro moderado del Presidente alteró la interna oficialista en lugar de agrandar las diferencias en la oposición y más aún, poner en crisis el armado de Juntos por el Cambio, según un supuesto objetivo de máxima. Un documento motorizado por Graciela Fernández Meijide y con respaldo activo de Eduardo Duhalde vino a completar ayer mismo el cuadro: propone una mesa de diálogo para consensuar un puñado de puntos mínimos frente a la grave situación económica y social. El texto, dicen, venía siendo trabajado desde antes pero coincidió de hecho –y como contracara- con los cruces en territorio oficialista.
El Presidente dio por ahora tres respuestas, conversadas con su círculo de mayor confianza. Prefirió el silencio frente al tuit de CFK celebrando una nota de fin de semana en el diario Página 12. Elaboró una respuesta directa y de redacción muy cuidada a la carta y las declaraciones de Hebe de Bonafini. Y por ahora no se pronunció acerca de la propuesta de diálogo firmada por dirigentes de la oposición y del peronismo tradicional, junto a intelectuales y algunos empresarios, entre otros.
Ese conjunto de mensajes y reacciones le armó un marco inesperado a la movida presidencial que buscaría recrear su perfil más exitoso, estrenado en la campaña –duro con el macrismo pero buscando diferenciarse de las posiciones del kirchnerismo duro-, con CFK estratégicamente colocada en segundo plano. Un perfil que de golpe, al menos en el registro de consultores, lo colocó en niveles de ponderación social casi sin antecedentes, al principio de la cuarentena.
Las hipótesis a partir de allí son básicamente dos, convergentes. La primera alude a la reacción política frente al nuevo “consenso” de consultores y encuestadores, que anota un fuerte desgaste de imagen pero con números diferentes. Hablan de una baja de alrededor de veinte puntos, aunque la cifra actual depende de la marca de partida: los que lo ubicaban en inhabituales 80 puntos de aprobación ahora rondan los 60, y los que lo veían con algo más de 60 puntos en aquel pico hoy lo colocan alrededor de los 45. Todo es opinable en esa franja, luego de la mala experiencia de las últimas elecciones, pero el dato de clima que difunden es de desgaste a partir de fines de abril o principios de mayo, con tendencia prolongada en junio y lo que va de julio. El sentido común indica como generadores destacados el aislamiento y la muy dura crisis, aunque no habría que descartar la confluencia con otros elementos, como fueron las excarcelaciones.
La segunda especulación alude a la realidad estrictamente política, con la visible reposición de tensiones y cruces entre el oficialismo y la oposición, algo más amplio y complejo que la simplificación de la grieta. Alberto Fernández, según difunden voceros formales e informales, apuesta a un horizonte político que, dicho linealmente, debería dejar fuera de juego a los “duros” de una y otra coalición, es decir y personalizando, a CFK y Mauricio Macri. En rigor, el espejo de las internas en las dos principales fuerzas políticas no es simétrico. Al margen de esa lectura, tal vez se supuso que el refuerzo de gestos moderados sólo agudizaría las diferencias domésticas en JxC.
En la oposición, abundan las respuestas informales sobre la decisión de mantenerse en la misma vereda, soportando incluso tensiones y hasta malestares personales, porque el capital político –las referencias son siempre a los 40 puntos de octubre pasado- se esfumaría de inmediato en la división. Como sea, toda la paleta de JxC apareció en la referida declaración a favor de una mesa nacional de diálogo frente a la crisis.
Ese documento fue suscrito por duros y moderados del frente opositor. Desde Patricia Bullrich y Miguel Angel Pichetto, hasta Rogelio Frigerio y Emilio Monzó. Desde Alfredo Cornejo a Mario Negri y Luis Naidenoff, incluyendo además a Martín Lousteau y Jesús Rordíguez, entre otros. Las firmas del PJ expusieron peronismo tradicional con escaso o directamente sin peso orgánico o de gestión, aunque con nombres conocidos: Duhalde, Juan Manuel Urtubey, José Octavio Bordón, Claudia Rucci, Eduardo Menem, en primer lugar.
El texto no habría sido bien recibido en Olivos. Se verá si alcanza para escribir algunos renglones más en estos días. Hay, con todo, un punto del texto que no debería pasar inadvertido: alerta sobre el peligro de la llamada antipolítica si no se producen señales ciertas de contención y de algún horizonte en medio de la crisis. “Lamentablemente, la confianza en nuestras instituciones es débil”, advierte.
Claro que el tema más sonoro fueron la carta y las declaraciones de Hebe de Bonafini, de dureza extrema ante lo que calificó como flojedad presidencial frente a la oposición –o el freno a la expropiación de Vicentin y la falta de avance con un impuesto a las grandes fortunas- y, sobre todo, la carga contra el reciente encuentro con dirigentes empresariales del denominado G 6, a los que calificó de “saqueadores” y responsables de secuestros durante la dictadura.
Aquella foto mostró al Presidente junto a representantes de la UIA, de las cámaras de la Construcción y de Comercio, de los bancos nacionales, de la Bolsa y de la Sociedad Rural. No faltaron los trascendidos sobre algunos malestares en entre y dentro de algunas de tales organizaciones. Pero en todo caso, al igual que el gesto parcial hacia la CGT, trató de dar una señal de un necesario acuerdo por lo menos de emergencia a la salida de la cuarentena y cuando aparezca en toda su dimensión el nivel de la crisis. Otra cosa sería la idea del Consejo Económico Social. Todo condimentado, al mismo tiempo, con la negociación de la deuda.
El mensaje de CFK fue menos registrado en la superficie, aunque sus efectos no resultan inadvertidos. La ex presidente celebró y recomendó una nota del periodista Alfredo Zaiat que retrata a la gama de empresarios que acompañó a Alberto Fernández como exponente de un bloque de poder que se ha ido transformando y que en rigor “combate” el proyecto de desarrollo nacional, algo que su juicio sería el eje del frente político gobernante. La cita del 9 de Julio sumaría tal vez un dato político, pero no un compromiso determinante en esta época. La síntesis sería que no entender el interés actual de ese “bloque”, como un todo sin contradicción interna alguna y con cierto funcionamiento orgánico, perfilaría un destino de “decepción”.
Este gesto de CFK fue seguramente la estribación más delicada del renovado movimiento presidencial. Con el recurso de recomendación de lectura por Twitter, cuestionó el sentido y horizonte de la movida presidencial con empresarios. No fue un dato aislado, junto a los dichos de Hebe de Bonafini y si se computan además las declaraciones de la senadora Anabel Fernández Sagasti advirtiendo que no fue descartado definitivamente el proyecto de expropiación de Vicentin. Para completar, en las orillas del oficialismo, se anotó un cruce disparado por esa interna entre Julio De Vido y Juan Grabois, que intercambiaron acusaciones de “negocios” oscuros. El peor cortinado de fondo.
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